Retórica y ficción narrativa de la Ilustración a los romanticismos

Auctoritas. Recepción español

HERRERA DÁVILA, J. Lecciones de retórica y poética.  Sevilla:  Imprenta de D. Mariano Caro, 1827.
Véanse, en especial, los apartados “Bibliografía” (p. 177-189) y “Vocabulario” (p. 190-212).

Herrera Dávila. 1827

 [p. 192] Autoridad: la sanción que se da á una voz ó frase: el uso de los buenos autores.


 MARTÍNEZ COLOMER, Vicente. Novelas morales. Valencia, 1804.

Uno de los principales focos de interés de la auctoritas viene por su uso en el aparato paratextual. No son tanto los personajes los que acuden a un nombre bajo cuya autoridad situar su discurso; es el propio autor quien en el prólogo pone de relieve su ideal estilístico basado sobre todo en la recuperación de los clásicos del Siglo de Oro: “Aquél estilo fluido, sonoro y harmonioso que vemos en Cervantes, en Alemán, en Santa Teresa de Jesús, en Fray Luis de León y en el de Granada y otros maestros de la lengua ya no se encuentra sino en pocos de nuestros escritores” (Prólogo, s.p.). También en todo lo concerniente a la concepción de los diversos géneros literarios y el canon al que están asociados es motivo de reflexión.  Martínez Colomer vuelve a acudir al criterio de autoridad: “la novela es lo mismo que el poema épico –dice irónicamente- y un mero novelista debe ocupar un asiento al lado de Virgilio y con mucha razón porque aquella divina Eneida, que había sido mirada siempre con asombro y con respeto, ha venido a tenerse ya por mala novela sin invención y sin plan. ¿Este modo de pensar no amenaza un trastorno universal en la literatura? De aquí nace en tener en poca estima el dictamen y juicio de los sabios, de aquí el no respetar ni a Horacio ni a Quintiliano” (Prólogo, s.p.). De todo ello parece deducirse que estas novelas defienden un ideal estilístico basado en la propia tradición literaria que se habrá de contraponer de forma efectiva a la introducción de términos franceses y al uso afectado del lenguaje. Por otro lado la mención de autores de poética y retórica clásica sirve como base fundamental para establecer una jerarquía genérica y denigrar las prácticas contemporáneas basadas en lo que Martínez Colomer denomina “libertad en el escribir” y “libertad en el pensar”. La auctoritas figura, pues, como elemento fundamental en la construcción novelística de Martínez Colomer junto con la intención moralizante que determina tanto la construcción de los personajes como el devenir de la trama narrativa.

         Un caso digno de mayor atención es la novela El impío por vanidad. En el corazón de esta novela se instala una importante disputatio entre Eugenio y el Marqués, otra manifestación del estereotipo del petimetre que tanto ataca en sus modales, lenguaje e ideología libertina Martínez Colomer. Esa disputatio versa sobre la existencia de Dios. Al margen de los argumentos que uno y otro utilizan, lo que interesa es observar el peso retórico que la auctoritas posee en ese continuado encuentro dialéctico que tiene lugar entre esos personajes. Pudiera decirse que toda esa confrontación tiene como núcleo la autoridad de un pensador como Rousseau. No obstante, antes de que la disputa entre uno y otro se escorase a la polémica en torno a la obra de Rousseau el Marqués ve cómo pierde peso la fuerza de sus argumentos. Tiene que oír cómo sus ideas son, en realidad, herederas de lo que otros han dicho antes.  De este modo la cita de un autor previo no ofrece un apoyo retórico para defender su pensamiento; sucede, en todo caso, lo contrario: esa cita en boca del oponente le sirve para descartar el viso de novedad que encierra esa filosofía de la que el Marqués parece haberse convertido en un abanderado: “Ni penséis, amigo, que es de nueva invención esa blasfemia que acabáis de proferir: vuestro adorado Rousseau, de quien sin duda habéis aprendido, no ha hecho más que repetir lo que ya muchos siglos atrás había enseñado Platón” (p. 265). El criterio de la auctoritas resulta crucial en esta novela. Dentro del ideal retórico cumple una función de extremada importancia junto con la “solidez de las razones”. A este respecto señala el joven Eugenio: “No es una abundancia estéril de palabras la que convence, amigo (replicó Eugenio) sino la solidez de las razones, y el peso de las autoridades” (p. 270). La forma que utiliza Eugenio para contra-argumentar el peso de la autoridad de Rousseau se basa en primer lugar:

– Cita de otros autores que sirvan para desmontar las razones que pudieran basarse en el pensador francés: “si así como Rousseau ha reproducido esta impostura infame, hubiera visto el modo con que la desvanece Tertuliano en su apología, tal vez se hubiera quedado convencido y hubiera borrado de su famoso Emilio una proposición tan injuriosa” (p. 272-273).

– Como refuerzo de lo anterior, y dado  que la cita de los Santos Padres y otros escritos de autores cristianos no parecen poseer legitimidad alguna a ojos de su adversario dialéctico, Eugenio decide citar las propias autoridades del Marqués con el fin de demostrar su lo errado de sus ideas: “Sin embargo, si no habéis de admitirme sin autoridades de Santa Escritura, ni doctrina de la Iglesia, ni tradiciones, ni Concilios, ni autoridades de Santos Padres, voy a confundiros con las razones y testimonios de vuestros mismos filósofos” (p. 272). A partir de ahí cita a Voltaire, Montesquieu y Rousseau para llevarlos a su terreno. La conclusión que sigue sirve para desmantelar cualquier la firmeza de los filósofos del panteón mundano del Marqués: “¿Qué apóstoles son éstos que no sólo se contradicen unos a otros, sino que aun a sí mismos se oponen? (p. 274).

Podría decirse, en definitiva, que gran parte de esa disputa dialéctica inscrita en el corazón de El impío por vanidad viene a desmontar la autoridad de Rousseau y la insuficiencia de la razón como elemento para conocer y comprender la existencia de Dios. Viene a decir que si Rousseau hubiera leído a San Agustín: “hubiera conocido entonces lo que no fue capaz de conocer sino por la superficie” (p. 293).                                     (J.M. Trabado Cabado)